sábado, 10 de junio de 2006

Conociendo a Zorrilla


CORRIENDO VAN POR LA VEGA

Corriendo van por la vega

a las puertas de Granada

hasta cuarenta gomeles

y el capitán que los manda.

Al entrar en la ciudad,

parando su yegua blanca,

le dijo éste a una mujer

que entre sus brazos lloraba:

«Enjuga el llanto, cristiana

no me atormentes así,

que tengo yo, mi sultana,

un nuevo Edén para ti.

Tengo un palacio en Granada,

tengo jardines y flores,

tengo una fuente dorada

con más de cien surtidores,

y en la vega del Genil

tengo parda fortaleza,

que será reina entre mil

cuando encierre tu belleza.

Y sobre toda una orilla

extiendo mi señorío;

ni en Córdoba ni en Sevilla

hay un parque como el mio.

Allí la altiva palmera

y el encendido granado,

junto a la frondosa higuera,

cubren el valle y collado.

Allí el robusto nogal,

allí el nópalo amarillo,

allí el sombrío moral

crecen al pie del castillo.

Y olmos tengo en mi alameda

que hasta el cielo se levantan

y en redes de plata y seda

tengo pájaros que cantan.

Y tú mi sultana eres,

que desiertos mis salones

están, mi harén sin mujeres,

mis oídos sin canciones.

Yo te daré terciopelos

y perfumes orientales;

de Grecia te traeré velos

y de Cachemira chales.

Y te dará blancas plumas

para que adornes tu frente,

más blanca que las espumas

de nuestros mares de Oriente.

Y perlas para el cabello,

y baños para el calor,

y collares para el cuello;

para los labios... ¡amor!»

«¿Qué me valen tus riquezas

-respondióle la cristiana-,

si me quitas a mi padre,

mis amigos y mis damas?

Vuélveme, vuélveme, moro

a mi padre y a mi patria,

que mis torres de León

valen más que tu Granada.»

Escuchóla en paz el moro,

y manoseando su barba,

dijo como quien medita,

en la mejilla una lágrima:

«Si tus castillos mejores

que nuestros jardines son,

y son más bellas tus flores,

por ser tuyas, en León,

y tú diste tus amores

a alguno de tus guerreros,

hurí del Edén, no llores;

vete con tus caballeros.»

Y dándole su caballo

y la mitad de su guardia,

el capitán de los moros

volvió en silencio la espalda.

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