miércoles, 14 de junio de 2006

San Alberti y el demonio Pemán


"Si sobre el Alberti stalinista se ha extendido la generosidad misericorde de las palabras de Azaña, para José María Pemán no hay ni paz, ni piedad, ni perdón"


He sentido mucho la muerte de Rafael Alberti. Pero lo he sentido por José María Pemán. A veces las dos Españas caben en una bahía. Por ejemplo, la de Cádiz. Cuatro o cinco veces al día, sale de El Puerto de Santa María hacia Cádiz y viaje de regreso un barco, el Adriano III, al que le siguen llamando El Vapor en este tiempo de energía nuclear. En su travesía, el Vapor del Puerto une a esas dos Españas, la de Cádiz y la del Puerto de Santa María, o, lo que es lo mismo, la de Rafael Alberti y la de José María Pemán.

Rafael Alberti era en sus tristes, últimos años (como ha recordado un ingenio portuense) una pasita con melenas blancas sentada en el sillón de mimbre de Enmanuelle, que un alcalde de derechas a dos minutos de Jesús Gil enseñaba como atracción local los domingos y fiestas de guardar. Fundación de sí mismo, archivo de sus versos, como resulta que Alberti tuvo en su vida bula para todo, nadie le dijo nunca que fuera la paradoja andante de un poeta de izquierdas utilizado por la peor derecha municipal de Andalucía, por un alcalde independiente a quien el PP le parece demasiado liberal. ¿Se imaginan que Pemán hubiera vivido los últimos años de su vida en una casa prestada por un ayuntamiento de izquierdas, trampeando de subvenciones públicas? Alberti era utilizado a discreción y antojo por el Ayuntamiento del Puerto y por su propia esposa, capitana generala de la Fundación del poeta. Cada año, por diciembre, lo exhibían en una tumultuosa fiesta de cumpleaños, que era como una feria de muestras de la Generación del 27 con patriarca vivo incluido.

Nadie nunca en vida de Alberti dijo nada de la triste utilización a que el poeta se tenía que someter para poder vivir en paz su vejez. Como nunca nadie recordó sus años más oscuros. Yo creía que ahora, pasado el luto, se iban a empezar a recordar estas obviedades, como ha hecho José Angel Valente. Veo que sobre Alberti más que sobre nadie de ambos bandos de la guerra civil española caen, misericordes, las palabras de don Manuel Azaña: Paz, piedad, perdón. Se ha muerto el poeta y nadie se ha atrevido a ponerlo retratado con su mono azul de miliciano vengativo en los días madrileños de la contienda incivil. Si se le ha recordado en la guerra, ha sido para evocar la salvación de los cuadros del Museo del Prado. Y si sobre estos asuntos de la guerra española en su biografía se ha pasado como sobre brasas sorianas de la noche de San Juan, con mayor celeridad se han atravesado aspectos más incendiarios: su posterior poesía de ocasión al servicio de la Komintern, por cierto su peor etapa de creación literaria.

Se ha recordado al Alberti que interesa, porque la Historia la escriben siempre los perdedores... los perdedores de la guerra civil. Hemos inventado el tópico de la reconciliación en un poeta estrictamente stalinista. ¿Cuántas veces se ha dicho en estos días pasados ese topicazo de que se fue con el puño cerrado y vino con la mano abierta? Ay, lo que se podía escribir sobre la mano abierta de Alberti... Vino con la mano abierta para recibir subvenciones de todos los organismos oficiales posibles, como el poeta de rojo fijo de plantilla en que se convirtió en la Santa Transición. Y se ha olvidado que esa mano abierta había sido la misma mano que le dio, servil, al dictador Stalin; la que aplaudió la entrada de los tanques soviéticos frente a los ideales de libertad de Hungría o de Checoslovaquia; la que jaleó al dictador Fidel Castro cuando más cubanos estaba fusilando junto a las murallitas del Cádiz sin Ora Marítima de Avieno que es La Habana.

Y si sobre el Alberti stalinista de la línea dictatorial del PCE y de todos los partidos comunistas se ha extendido la generosidad misericorde de las palabras de Azaña, para otros, como para José María Pemán, no hay ni paz, ni piedad, ni perdón. A Alberti lo enterraron puño en alto, a los sones de La Internacional. ¿Se imaginan lo que hubiera pasado si a Pemán lo entierran entre banderas del Movimiento, a los sones del Cara al sol? Con la diferencia de que a Pemán no lo enterraron así porque nunca fue falangista. Pero, ay, siguen interesados en presentarnos a un Alberti profesional de la reconciliación y la tolerancia, mientras que al pobre de Pemán no le quitan la camisa azul que en mala hora el monárquico alfonsino se puso un apasionado día de guerra. Alberti ni escribió nunca versos malos e incendiarios, no. Aquí los únicos versos malos políticos son los de El ángel y la Bestia. Que Pemán defendiera las libertades democráticas de España en el Consejo Privado del Conde de Barcelona, frente a Franco, es algo que hay que olvidar. Como hay que olvidar su artículo sobre la lengua catalana, Un vaso de agua clara. Cuanto más carca pintemos al otro lado de la bahía de Cádiz a Pemán y más lo saquemos retratado con la camisa azul, más liberal nos sale el mito de un poeta de la estricta observancia stalinista convertido en interesada efigie oficial de la Reconciliación...

Antonio Burgos

No hay comentarios:

Publicar un comentario

no te marches sin opinar