viernes, 18 de marzo de 2022

Las Tentaciones de Cristo en el Desierto (II) Primera tentación



El proceso es insidioso. Satán sabe bastante teología para comprender que un Hijo de Dios puede saciar el hambre fácilmente. Además, aparenta llegar lleno de compasión hacia el solitario.
–Si eres Hijo de Dios –le dice–, haz que estas piedras se conviertan en pan.
No se trata propiamente de una tentación de gula, puesto que era bien natural que Jesús desease un poco de pan después de cuarenta días de ayuno. 
El tentador quiere insinuarle la realización de un milagro únicamente por satisfacer su necesidad, cuando lo que importaba era confiar en la Providencia divina: pecado de ostentación y pecado de desconfianza, que quieren infiltrarse aprovechando aquella debilidad física, provocada por el ayuno. Pero Jesús triunfa, confirmando la eterna verdad, que afirma los dos mundos: la materia y el espíritu, el espíritu por encima de la materia y, más arriba, Dios alimentando al hombre con su palabra.
–No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.
Este texto procede del relato de la peregrinación de los israelitas, por el desierto, y se encuentra en el capítulo VIII del Deuteronomio. Los israelitas tienen hambre; pero Dios puede alimentarlos sin sacarlos de la soledad, sin hacer llegar hasta ellos caravanas de aprovisionamiento, y les envía el maná. Al recordarnos este hecho, Jesús parece decir: “Yo confío en Dios; Él es quien determina el tiempo y la forma de venir en nuestra ayuda”.
El tentador le había desafiado a emplear el poder taumatúrgico que debía tener como Hijo de Dios; Jesús le contesta que Dios tiene medios para alimentar a sus criaturas, y que esos medios los emplea cuando y como quiere. El conato de explorar si aquel ayunador tenía conciencia de ser Hijo de Dios queda defraudado, y la preocupación demasiado humana del alimento corporal se subordina a la confianza en la Providencia.

Textos de la "Vida de Jesús" de Fray Justo Pérez de Urbel

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