sábado, 5 de marzo de 2022

Las Tentaciones de Cristo en el desierto (I)


“Entonces Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu, para ser tentado del diablo. Y vivía entre animales salvajes”. Sus cabellos están todavía húmedos de las aguas del Jordán; pero mientras las gentes comentan el suceso de la paloma y la discusión habida entre los dos profetas, Él desaparece súbitamente, y, llevando sobre sí el peso de todos los pecados del mundo, se retira a meditar en la soledad acerca de la lucha que va a entablar por la gloria de su Padre. Toda gran empresa va siempre precedida de una preparación próxima, y Jesús quiso seguir esta norma común antes de empezar su ministerio. Enfrente de Jericó, por la parte occidental, se yergue, tallada a pico, una cumbre árida y escabrosa, que se llama todavía “el monte de la cuarentena”, y cuya cima, alta de 500 metros sobre el valle del Jordán, había presenciado el asesinato de Simón, el último de los Macabeos. Entre sus riscos se abren numerosas grutas de acceso peligroso, a pesar de los escalones cavados en la roca viva por los solitarios que habitaron en otro tiempo aquellos lugares. En una de aquellas concavidades, según la vieja tradición, que se remonta al siglo IV, encontró Jesús un refugio durante su permanencia en aquella soledad. “Los animales salvajes, dice San Marcos, le acompañaban, y los ángeles le servían”. Hoy apenas se oye por allí más que los aullidos de los chacales y el gañido de las hienas; pero en la antigüedad, los leopardos y los leones, saliendo de sus madrigueras del Jordán, llegaban con frecuencia hasta aquellas cimas.

El tentador

En el desierto tiene también su guarida el tentador. Como Moisés en el Sinaí, como Elías en el camino del Horeb, Jesús ayuna durante cuarenta días. Por las mañanas, el sol se levanta en las montañas de Moab, y, después de hacer su breve recorrido invernal, va a hundirse tras de las peladas montañas que caen delante de Jerusalén. A veces lo ocultan densas nubes que se condensan en forma de torres macizas en las alturas solitarias, y recios aguaceros se precipitan sobre las anfractuosidades de la región, haciendo resonar las barrancas con un estruendo ensordecedor. Después, otra vez el silencio sobre la montaña muerta. Entre tanto, Jesús permanece tan perdido en Dios y tan absorto en el éxtasis, que la vida natural queda suspendida para Él. Sobre las condiciones extraordinarias en que se desarrolló la vida física de Jesús durante su estancia en aquella soledad, más que el historiador, más aún que el teólogo, podría hablarnos el místico. Los evangelistas nos dicen que sólo después de los cuarenta días empieza a sentir el aguijón del hambre, con el agotamiento total de sus fuerzas. Este es el momento que Satán o el diablo, como le llama San Lucas, escoge para presentarse en escena, para comenzar una lucha emocionante, una batalla en tres embestidas, que corresponden a las diferentes brechas practicables en el corazón humano. Cristo había bajado del cielo para destruir el imperio de Satán, y desde ahora quiere enfrentarse con el príncipe de este mundo y hacerle sentir el poder de su presencia. Era conveniente también que fuese probado de todas las maneras, “pues sus tentaciones y sufrimientos habían de hacerle más inclinado a venir en ayuda de los que son tentados”. Pero el tentador lleva otras miras. “Tienta para probar y prueba para tentar”, dice San Ambrosio. ¿Quién es este extraño ayunador? –debía preguntarse, inquieto, ante las prolongadas oraciones y los ímpetus de amor del solitario–. ¿Sería, acaso, el Mesías destinado a quebrantar la cabeza de la serpiente? Quiere salir de dudas, y, tomando pie del hambre misma que sufría el penitente, se presenta a Él en figura humana, y le hace una triple proposición, acudiendo a una experiencia larga y sutil de psicología.

Textos de la "Vida de Jesús" de Fray Justo Pérez de Urbel

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