Hoy en dia , revisar la propia conducta con la intención de rectificar, parece algo fuera de lugara muy pocos parecen revisar la propia conducta con intencion de rectificar. Se saltan la disciplina de partido, pero no se deja el escaño. Se forma parte de una trama de corrupción pero no se dimite del cargo. Por eso, me parece adecuado y coherente , exponer el texto que sigue sobre el Cura de Ars y el ministerio de la confesión.
«La vida de Juan María Vianney transcurrió en el
confesonario». Decía el abate Alfred Monnin, que estuvo con el Cura de Ars
durante más de cinco años y que luego sería su biógrafo. Algunos aspectos
distintivos de la cura de almas, tejida por el santo patrono de los párrocos en
la sombra discreta en que se celebra el sacramento de la penitencia, los ha
delineado recientemente Philippe Caratgé, moderador de la sociedad sacerdotal
San Juan María Vianney, en una relación al congreso internacional que se celebró
en Ars a finales de enero, cuyas actas se publicarán próximamente.
Para el Cura de Ars –se deduce de sus lecciones de
catecismo– una buena confesión ha de ser humilde, sencilla, prudente y total.
Hay que «evitar todas esas acusaciones inútiles, todos esos escrúpulos que
hacen repetir cien veces lo mismo, que le hacen perder tiempo al confesor y
ponen nerviosos a los que están esperando para confesarse». Hay que «confesar
lo que es incierto como incierto, y lo que es cierto como cierto». Lo esencial
es «evitar toda simulación: que vuestro corazón esté en vuestro labios. Podéis
engañar a vuestro confesor, pero acordaros de que nunca engañaréis a Dios, que
ve y conoce vuestros pecados mejor que vosotros». Él mismo pasaba poco tiempo
con los que iban a arrodillarse ante su confesonario, para que hubiera tiempo
para todos. Confesiones breves, pocas palabras. Y, sin embargo, todos los
penitentes se sentían objeto de interés y solicitud especial, de una dedicación
siempre atenta a aprovechar cualquier mínima apertura a la acción del Espíritu,
que «como un jardinero no acaba nunca de trabajar la tierra» (Caratgé), también
las de los corazones más endurecidos. «Para mí», dice san Juan María respecto a
la reparación que se ha de pedir a los penitentes, «le diré cuál es mi receta:
doy a los pecadores una penitencia pequeña y el resto lo hago yo por ellos». Lo
importante, dice el Cura de Ars, es tener por lo menos un poco de contrición de
los pecados propios . Con una contrición perfecta somos perdonados «incluso
antes de recibir la absolución». Por tanto «hay que dedicar más tiempo a pedir
la contrición que a examinar los pecados ».
Para el Cura de Ars, la confesión es el don inimaginable que
Dios saca por sorpresa para salvar a sus hijos en peligro: «Hijos míos, no se
puede comprender la bondad que ha tenido Dios para instituir este gran
sacramento. Si hubiéramos tenido una gracia que pedir a Nuestro Señor, nunca se
nos habría ocurrido pedirle esta. Pero él ha previsto nuestra fragilidad y
nuestra inconstancia en el bien, y su amor le ha llevado a hacer lo que
nosotros no nos habríamos atrevido a pedirle nunca».
Aún más, es un don que revela de la manera más íntima la
naturaleza misma del misterio de la Trinidad. Encerrado en su confesonario, el
corazón sencillo del Cura de Ars saborea de manera incomparable el misterio del
corazón mismo de Dios. Los perdones imperfectos de los hombres parecen a veces
dadivas concedidas a caro precio, hechas cuando queremos parecer buenos. El
perdón de Dios es algo totalmente distinto. «Cómo podemos desesperar de su
misericordia, desde el momento que su mayor gozo es perdonarnos», escribe el
Cura. Por eso el tesoro de la misericordia divina es inagotable, y nadie puede
computar los dones de la gracia. Como si fueran deudas que antes o después se
han de pagar, y que saldamos con nuestras acciones. Porque para Dios mismo
perdonar es el máximo goce. Y esto lo convierte en mendigo del corazón del
hombre. «Su paciencia nos espera», asegura el santo Cura de Ars. Más aún: «No
es el pecador el que vuelve a Dios para pedirle perdón, sino Dios mismo quien
va tras el pecador y lo hace volver a Él».
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