martes, 1 de octubre de 2019

Alegres en la esperanza


No encuentro mejor forma de describir el Opus Dei , que la imagen con que se abre este post y la siguiente frase , extraída de la Carta de San Pablo a los Romanos " Alegres en la esperanza,pacientes en la tribulación y constantes en la oración".

Un día, ese sacerdote, tozudo, como buen aragonès ,que no se tenía por fundador de nada pero que supo ver lo que Dios quería de él, Josemaría Escrivá de Balaguer, decía a unos hijos suyos "Si me preguntáis: ¿Padre, cual es la labor mas hermosa del Opus Dei?, os diré una vez más, no lo sé. Quizá aquella que parezca menos importante, es la que mas vale delante de Dios, si está hecha con más amor".

Esa es la visión que yo tengo del Opus Dei,y no siempre fue así , porque hubo un tiempo en que no no lo conocía y, como solía y, suele ocurrir , era y es, mucho mas fácil ver a una persona en determinado grupo y establecer que dicha persona tiene determinadas características única y exclusivamente por pertenecer a ese grupo, que tomarme el tiempo de conocer, reflexionar, y analizar consciente y abiertamente lo que realmente pensaba sobre esa persona o ese grupo.

No quiero filosofar e irme por los "Cerros de Úbeda, aunque como decía el filosofo Millán Puelles, "En filosofia todo es Úbeda" . Os dejo con un breve relato sobre la fundación de la Obra de Dios.

El martes 2 de octubre de 1928, fiesta de los Santos Ángeles Custodios, era el segundo día de unos ejercicios espirituales organizados para sacerdotes diocesanos en una casa que los Padres Paúles tenían en lo que entonces eran las afueras de Madrid. Los seis sacerdotes que participaban en aquella tanda ya habían celebrado Misa, desayunado y también habían rezado juntos parte del breviario correspondiente a aquella jornada y leído algunos pasajes del Nuevo Testamento. Hacia las 10 de la mañana, el joven sacerdote Josemaría Escrivá, de 26 años, se dirigió a su habitación.

Allí, solo, se puso a revisar y ordenar algunas notas personales de los últimos años que había llevado consigo. En ellas, había escrito una serie de gracias e inspiraciones divinas que Dios le fue concediendo como respuesta a diez años de intensa oración en los que había hecho suyas las palabras que el ciego del Evangelio dirigió a Jesús cuando le preguntó qué quería: "¡Señor, que vea!". Escrivá tenía la seguridad de que Dios quería de él algo concreto, pero las mociones que tuvo hasta la fecha eran tan incompletas y parciales, que a duras penas podía intuir lo que el Señor verdaderamente deseaba. Con el paso de los años, era frecuente que describiera esas gracias recibidas antes del 2 de octubre de 1928 como "barruntos" de lo que Dios le pedía.

En el preciso instante en que las campanas de la cercana iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles repicaban alegremente para celebrar la fiesta del día, aparecieron de pronto las piezas que faltaban para completar una imagen que ahora veía con nitidez. Escrivá vio cómo Dios quería que hubiera una porción de la Iglesia, compuesta por gente de toda condición, que se dedicara a incorporar a su vida -y lo comunicara a su vez a amigos, vecinos y colegas- el fascinante mensaje evangélico de que Dios llama a todo el mundo a la santidad, sea cual sea su edad, condición social, profesión o estado.

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