lunes, 5 de marzo de 2012

Subir al Tabor



Ayer escuchabamos la proclamación del Evangelio de San Marcos acerca del episodio de la Transfiguración del Señor:

Seis días después, Jesús tomó a Pedro, Santiago y Juan, y los llevó a ellos solos a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos.Sus vestiduras se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo podría blanquearlas. Y se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Pedro dijo a Jesús: "Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías". Pedro no sabía qué decir, porque estaban llenos de temor. Entonces una nube los cubrió con su sombra, y salió de ella una voz: "Este es mi Hijo muy querido, escúchadlo". De pronto miraron a su alrededor y no vieron a nadie, sino a Jesús solo con ellos. Mientras bajaban del monte, Jesús les prohibió contar lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos.

No debemos conformarnos con oir y olvidar, el Evangelio es la palabra de Dios, son palabras de vida eterna y hay que desmenuzarlas, meditarlas y hacerlas vida. Hay en definitva que subir con Jesus al Tabor para ver la gloria que nos anticipa en sus palabras.

En el Tabor destaca la presencia de Moisés y de Elías, el legislador de Israel y su gran Profeta. Con ello nos decía Dios que la Antigua alianza daba paso a la Nueva, la cual iba a ser sellada con la sangre de Jesús, y que las profecías quedaban en Jesús totalmente cumplidas.

Jesús, al subir al Tabor con los tres discípulos escogidos, repetía la ascensión de Moisés al Sinaí con Aarón, Nadab y Abihú; y repetía también la de Elías al mismo monte Horeb, donde sintió la presencia de Dios en medio de la brisa suave desde la cual le hablaba el Señor, mientras sus enemigos le perseguían a muerte por el celo que desplegaba en defensa de los derechos de Dios.

La nube era el signo clásico en la Biblia de la presencia de Dios. La nube significaba que Dios estaba allí dentro. Pero, al mismo tiempo que lo manifestaba, lo ocultaba a cualquier mirada del hombre, el cual, según la mentalidad judía, moría irremisiblemente si veía u oía a Dios en persona. De aquí vino el terror de los discípulos al oír la voz que salía de la nube. Era la voz misma de Dios.

El blanco es el color que envuelve el aura de Dios, y del que dice Daniel en la Biblia, describiendo a Dios, que "sus vestidos eran blancos como la nieve, y sus cabellos como lana pura".

La luz, que transfiguró a Jesús y le hizo aparecer por fuera lo que era por dentro, manifiesta la realidad cristiana de la Gracia. La llevamos en todo nuestro ser, y, si vivimos como hijos de la luz, porque el Señor nos sacó del reino de las tinieblas, nos convertimos en luz del mundo, hasta que brillemos como el sol en el Reino de nuestro Padre, cuando aparezca Jesús, el Lucero radiante del alba.

La nube, expresión especial del Espíritu Santo, nos cubre siempre como cubrió a María en la Anunciación, y como a Jesús y a los discípulos en el Tabor. El Espíritu que impulsó a Jesús a entregarse a su pasión, para recibir después el premio de su gloria, es el que nos sostiene a nosotros en las luchas de la vida, unidos a la pasión de Jesús, para ser después con Él glorificados.



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